En cierta ocasión, durante una serie de charlas sobre Cambio Climático, me hicieron la siguiente pregunta: si los diagnósticos ambientales son tan claros, ¿por qué razón no se toman de inmediato las medidas correctoras que nos salven del desastre? Mi interlocutor venía a decir: si lo sabemos, ¿por qué no lo hacemos? En otras palabras, mucho diagnóstico, mucho hay que hacer esto y lo otro, pero pocas acciones concretas. No le faltaba razón.
Aunque sea de oídas, todos sabemos algo sobre la capa de ozono, el calentamiento global, la pérdida de la biodiversidad, el problema con los residuos plásticos, la contaminación del aire y de los océanos, etc. Existe una enorme cantidad de información y artículos científicos que nos asegura que estos problemas, aunque nos los veamos a diario, son reales, graves y requieren atención inmediata. Entonces, si no podemos seguir así, ¿qué nos pasa? ¿Por qué nos cuesta actuar con responsabilidad y cuidado hacia el planeta que compartimos con hormigas, linces, escarabajos y cedros del Líbano? ¿Qué es lo que hace que el último modelo de teléfono móvil me importe más que un famélico oso polar sobre un iceberg, o el descongelamiento del permafrost siberiano? Veamos algunas posibles respuestas.
Una de ellas es el distanciamiento físico del problema, es decir: yo estoy aquí y eso ocurre allá. La cercanía al problema permite un mayor grado de implicación en la búsqueda de soluciones pese a que vivimos en un mundo interconectado, donde los problemas ambientales, lejanos o no, pueden aparecer en cualquier momento en nuestra puerta.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta es la gravedad del problema. Una catástrofe ambiental distante pero de gran magnitud puede preocuparnos y ayudarnos a tomar conciencia de la dimensión del reto del Cambio Climático, como los grandes incendios (California, Siberia, Amazonia, Australia), las dramáticas sequías, fríos extremos, glaciares que se desprenden y arrasan pueblos a su paso. Todos estos terribles eventos son, entre otros, causa y consecuencia del Cambio Climático, y se cuelan en la televisión como eventos devastadores que afectan a poblaciones humanas y animales salvajes y bosques. Nuestra atención suele dirigirse a fenómenos que se producen de forma puntual y que nos mueven y preocupan por su espectacularidad; y sin embargo hay otros fenómenos, más insidiosos y lentos, cuyos efectos no parecen tan graves o pasan casi desapercibidos y, por tanto, no sentimos la urgencia (ni la necesidad) de abordarlos porque no entendemos su vinculación con nuestro modo de vida. Por ejemplo, un lago donde los flamencos cada vez son menos frecuentes porque los plásticos invaden sus aguas, o la reducción de jaguares y perezosos de la selva amazónica debida a la tala rasa para dejar espacio al ganado productor de la carne que ponemos en el plato a miles de kilómetros de distancia. Pero, ¿de verdad hay relación entre el rico bistec con papas y la deforestación y pérdida de biodiversidad en la selva amazónica? Sí, la hay, y es muy fuerte.
Básicamente hay tres estrategias a la hora de afrontar el Cambio Climático: 1) No lo niego, pero tampoco me preocupa demasiado porque la tecnología del futuro lo puede solucionar; 2) Hay que tomar decisiones contundentes en este momento si no queremos llegar al punto de no-retorno; 3) No hay cambio climático alguno, se trata de una conspiración. Veamos, negar de plano las evidencias que nos muestran los científicos del Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) o sustituirlas por otras menos amenazantes y más adaptadas a nuestro gusto y estilo de vida se ha convertido en una moda, en estos días.
Nuestro cerebro nos engaña. Inconscientemente o no, busca señales y mecanismos que nos permitan abrir una brecha en el conjunto de las preocupantes predicciones científicas, y sustituirlas por un conjunto de certezas armónicas y tranquilizantes afines a nuestro modo de vida. De hecho, la dimensión de las amenazas que se ciernen sobre la biodiversidad es de tal complejidad e importancia, que ni siquiera los expertos en ciencia del clima acaban de comprenderla en toda su extensión. Y sin embargo, pese a lo anterior, es común oír el siguiente argumento: si tanto se habla de calentamiento global, ¿cómo es posible que hayamos tenido una tempestad como Filomena? Deseamos mantener el mismo estilo de vida, económico y cultural, al que estamos acostumbrados y que nos ha ofrecido, hasta ahora, ganancias a corto plazo y respuestas adecuadas, incluso negando de plano la abrumadora evidencia científica. Puede ser que nuestro cerebro, en un acto arriesgado de lucidez y cobardía, nos calme y ya no crea tan equivocadas las predicciones del grupo de científicos del IPCC, y solo las considere exageradas y alarmistas, por lo que sería un sinsentido anticipar un problema que, con seguridad, podría resolverse más adelante mediante más ciencia y tecnología. Es por esto que cuestionamos el cúmulo de evidencias científicas actuales y ponemos, sin dejar de reconocer los hechos – pero no su gravedad – nuestra esperanza en que la ciencia del futuro no ofrezca claridad y certeza sobre el cambio climático. Yo creo en la ciencia y las soluciones tecnológicas, pero no como único argumento “salvador”; un argumento que solo nos llevaría al siguiente nivel de catástrofe ambiental. Cada día aparecen nuevos artefactos tecnológicos que se suponen amigables con el medio ambiente, sin embargo, estos “inventos”, poco tienen que ver con un planeta más sostenible, sino más bien son un recurso fácil para salvar nuestro estilo de vida. Piense por un segundo si tiene algún sentido el esfuerzo científico tecnológico dedicado a la búsqueda de agua en Marte, cuando en la Tierra el agua para consumo humano es un problema no resuelto para miles de millones de sus habitantes, o que inmensas áreas del océano son auténticas islas de plástico. Por supuesto, la Luna y Marte son grandes hitos tecnológicos, de eso no tengo duda, pero ¿cuál es su finalidad? ¿Qué pretenden decirnos? Transcribo aquí las palabras de Ferrán Vilar quien que, en su interesante blog “Usted no se lo cree”, señala que “…el discurso dominante que afirma que la tecnología es la única respuesta válida o viable a estos problemas [del Cambio Climático] es profundamente erróneo y altamente peligroso”. Una tecnología que es consumidora de recursos, y con frecuencia eje de conflictos sociales, es como un salvavidas de plomo que nos hunde y suele dejar tras de sí degradación de ecosistemas y miseria en comunidades, donde la injusticia y el ninguneo campan, con manifiesta impunidad e indiferencia sobre la dignidad de las personas y sus costumbres. No todo lo podemos sacrificar en el altar de del progreso tecnológico.
Confieso que la tecnología me maravilla, pero no ocupa todos los espacios de mi vida. Las soluciones técnicas que ayuden a mitigar el cambio climático, son necesarias y fundamentales, pero no suficientes. Poner los problemas ambientales en barbecho a la espera de futuras soluciones tecnológicas no es una buena elección, de hecho si no asumimos ahora los costes de parar y reducir toda nuestra maquinaria de crecimiento, las futuras generaciones tendrán que pagar, multiplicado, la imprudencia y el retardo a la hora de tomar las acciones que, sí o sí, había que hacer. La crisis ecológica y climática tiene los pies bien anclados en el paradigma socioeconómico del crecimiento como si éste fuese el fundamento de la sociedad o el espejo donde debemos mirarnos. El ritmo vertiginoso en el que estamos instalados, la inmediatez sin pensamiento ni reflexión, la banalización de las señales y avisos de la comunidad científica, nos conduce a una crisis ambiental sin precedentes.
Honestamente, comprendo que las propuestas dirigidas a reducir, decrecer, reutilizar, y en definitiva cuidar el planeta, no son políticamente correctas ni ganan votos en las elecciones. Los intereses de partido y la ignorancia y manifiesta incompetencia de nuestros políticos, constituye, en la mayoría de los casos, un obstáculo a las acciones de mitigación que tenemos que llevar a cabo de forma inmediata. De hecho el calentamiento global no es una prioridad en la agenda de los gobiernos de los países, ni tan si quiera de la administración más próxima al ciudadano como son los ayuntamientos y cabildos. Estamos encerrados en el bucle de la generación de riqueza, y el crecimiento económico inunda la mirada cortoplacista de nuestros gobernantes quienes, incapaces de comprender la magnitud del problema ambiental, podrían comprometer el “buen vivir” de generaciones futuras.
Negar la evidencia para no actuar tiene bastante que ver con el mundo de la psicología. El Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman (psicólogo para más señas), en su Teoría Prospectiva expone que nuestras decisiones se basan en el “valor potencial de ganancias y pérdidas, y que nuestra aversión por las pérdidas sería más fuerte que la satisfacción por la ganancia”. En otras palabras, apretarse el cinturón ahora para que dentro de 100 años no se lo aprieten aún más nuestros bisnietos, podría interpretarse como una pérdida de beneficios (restricciones a nuestro estilo de vida) en favor de alguien que no conoceremos y que, eventualmente, podría obtener ganancias en un tiempo futuro, que no viviré. ¿Vale la pena este negocio con pérdidas actuales para generar ganancias inseguras, que no disfrutaré? ¿Cuál es el costo-beneficio de nuestra decisión? Es el miedo a la pérdida de la situación actual lo que nos invita a mantenerla frente a una condición mejor, pero llena de incertidumbres, y de la cual no sacaremos beneficio alguno. Aun así, no podemos escapar a nuestra responsabilidad, y las decisiones que adoptemos ahora marcarán la diferencia de cómo se verá afectado el planeta.
Vivimos en un planeta tremendamente “humanizado” donde el 96% de la biomasa de mamíferos terrestres corresponde a humanos y ganado. La biomasa vegetal era el doble antes de que se empezase a roturar y quemar inmensas extensiones de bosques para crear espacios para la cría de ganado y madera para energía. La erosión de los sistemas ecológicos, la pérdida de biodiversidad provocada por los humanos es de tal magnitud, que los expertos no ven claro cómo podrían implementarse soluciones prácticas a estos graves problemas sin que supongan cambios importantes del estilo de vida, modo de alimentación y hábitos de consumo en general. No es suficiente reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, ni tan siquiera dejarlas en cero; hay que implementar sistemas de mitigación y captura de los excedentes ya emitidos, y para eso los bosques han sido desde siempre nuestros aliados y la forma más barata, rápida y duradera de sumideros de carbono. Esa es una buena propuesta que funciona.
La tragedia, nuestra tragedia como humanidad, es que hasta ahora no hemos sido capaces de dar los pasos necesarios hacía un estilo de vida enraizado en los límites que nuestra propia naturaleza nos impone. Por el contrario, seguimos construyendo y creciendo en base a lo que no funciona bien. Actuamos como extraños en nuestro propio planeta, los animales huyen asustados ante nuestra presencia, los encerramos, los matamos y robamos su dignidad, quemamos bosques, contaminamos ríos, y vertemos toneladas de CO2 en la atmósfera producto del crecimiento sostenido. Pero, créanme, no podemos seguir así. En biología, la idea de crecimiento tiene límites y sobrepasarlos supone elevados costos para todos. La brecha de la inequidad, cada vez mayor, debería hacernos reflexionar; ¿no estaremos pasando de largo las lecciones que tenemos que aprender? Nos urge volver a la normalidad, al carnaval perdido, al turismo que llena los hoteles, al consumo como antes de la pandemia, y todo esto sin sacar una sola conclusión, ni una idea nueva. Es como un mal sueño del que tan solo queremos despertar para recuperar el tiempo arrebatado. Pero no hay tiempo, para cuando comprendamos el impacto del deterioro de los sistemas climáticos y ecológicos será demasiado tarde. Debemos poner en funcionamiento la máquina de las cosas simples y ajustar nuestra vida a las dimensiones del planeta.
El acuerdo de Paris de 2015, señala la necesidad de no sobrepasar 20C e intentar mantenerse en 1,50C de incremento de temperatura media del planeta para el año 2100. Muchos expertos consideran que este presupuesto carece de solidez científica y que solo hay un 25% de probabilidad de alcanzar los objetivos trazados en Paris considerando el ritmo actual de emisión de gases de efecto de invernadero (GEI). ¿Podemos hacer algo para intentar revertir estas predicciones? Sí, fundamentalmente tres cosas: 1) cambios inmediatos que reduzcan prácticamente a cero las emisiones en todos los ámbitos (muy difícil); 2) una política de reforestación mundial (difícil) y 3) cambios en el estilo de alimentación y consumo (difícil). Pese a la dificultad que supone manejar estas tres acciones a nivel mundial, es relativamente sencillo lograrlas en el ámbito local (municipal). Se trata de seguir un protocolo lógico que costa de cuatro pasos: primero hay que saber cuánto CO2 emitimos, es decir, la Huella de Carbono de nuestros pueblos. Yo comenzaría por la administración local para dar ejemplo y adquirir experiencia. Segundo, determinar el tamaño de los sumideros naturales que son necesarios para absorber la cantidad de GEI emitida hasta volverla cero o negativa y al mismo tiempo localizaría los emisores sobre los cuales puede llevarse a cabo una reducción efectiva mediante avance tecnológico y reestructuración de los flujos de producción. Tercero, implementar programas e incentivos para alcanzar, en el peor de los casos, un presupuesto de cero emisión, y cuarto, desarrollar una importante labor de formación para que el ciudadano conozca y sea responsable de sus acciones de manera que pueda optar por la que menos GEI emite, tales como, elegir producto local, comer menos carne, generar menos desperdicio, desplazamientos en transporte colectivo, compostaje urbano, uso eficiente de electricidad, entre otros. Estas acciones pueden dar lugar a una Marca Canarias, no necesariamente para atraer turistas, sino como modelo de responsabilidad con el planeta.
Me queda una reflexión más. ¿Qué sociedades o grupos humanos cree usted que serán más vulnerables al cambio climático? ¿Se repartirán las catástrofes para todos por igual? ¿Contribuimos del mismo modo al calentamiento? A nivel global tenemos que unir los objetivos ambientales con los de la justicia y solidaridad entre los pueblos. No podemos exigir el cuidado del entorno a la vez que mantenemos y fomentamos crecientes desigualdades en aras de preservar nuestro estilo de vida. La demanda de alimentos, energía y recursos básicos pesan como una losa en la vida de personas que viven en un estado de riesgo permanente, sin atención sanitaria ni educación. Aunque usted no lo crea, para cuidar el medio ambiente se necesita una comida caliente al día.
Queremos acabar con una cita de Raquel Carson “El ser humano se encuentra ante el reto, como nunca antes lo había estado, de demostrar su madurez y su dominio; no de la naturaleza, sino de sí mismo” Estas palabras, pronunciadas en 1965 por esta bióloga, adquieren en 2021 el valor de la llamada a la acción. ¿Es que acaso no sabemos ya lo que hay que hacer?
Francisco Javier Quevedo Ruiz
Biólogo